Apuntes sobre la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu en la
Lima Virreinal
José de la Puente Brunke
Pontificia Universidad Católica del Perú
Las hermandades y cofradías en el
Perú virreinal no han sido objeto de un especial interés de parte de los
historiadores. Si bien el tema ha sido tratado por diversos autores en líneas
generales, o en el marco de obras de carácter
más amplio –siendo el caso más destacado el del P. Rubén Vargas Ugarte
S.J ., no son muchas las corporaciones estudiadas de modo especifico. En este
sentido, son de destacar algunas aproximaciones, como la de Olinda Celestino y
Albert Meyers, referida a los Andes Centrales ; si bien su tema especifico de
estudio es el de las cofradías indígenas, ofrecen una visión amplia y clara del
devenir de las cofradías en general. Debe citarse también la obra -más
reciente- de Beatriz Garland Ponce al igual
que el trabajo de Jesús Paniagua Pérez sobre las Cofradías limeñas de San Eloy
y de la Misericordia , y dos contribuciones recientes aparecidas: el artículo
de Diego Lévano Medina, en el que ofrece una visión de conjunto de las
cofradías limeñas en el siglo XVII , y el trabajo de Ciro Corilla Melchor, en
el que estudia las cofradías limeñas desde la perspectiva de los conflictos
étnicos . En el caso de la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu, dos autores
la han estudiado con cierto detalle: Guillermo Lohmann Villena y Elías Luque Alcaide.
Los orígenes de la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu
En los inicios del siglo XVII era ya
importante el número de vascos residentes en Lima, y muchos de ellos formaban
parte del sector más representativo y poderoso de los comerciantes que desarrollaban
sus labores en la capital del virreinato peruano.
Desde los primeros años de esa
centuria intentaron formar una hermandad. Así un grupo de “caballeros
hijosdalgo de la nación vascongada” adquirió una capilla en la Iglesia de San
Francisco que tuvo por advocación al Santo Cristo y a nuestra Señora de
Aránzazu. La operación comprendía también la cripta para la realización de los
enterramientos de los miembros de la Hermandad y de sus descendientes.
Las constituciones de la Hermandad
han sido publicadas por Guillermo Lohmann Villena, específicamente en ellas en
primer lugar, que estaría conformada las corporación por los residentes en Lima
que fueran naturales de Vizcaya y de Guipúzcoa, al igual que sus descendientes,
así como los oriundos de Álava, de Navarra y de las “cuatro Villas”: Laredo,
Castro Urdiales, Santander y San Vicente de la Barquera. Se estableció como
misión primordial de la hermandad la de “ejercitar entre sí y con los de su
nación obras de misericordia y caridad cristiana así en vida como en muerte”,
aunque también sé contemplaban las visitas en general a los enfermos pobres.
Se establecía el derecho de ser
enterrados en la referida capilla para todos los naturales de los mencionados
lugares, así como para sus viudas –salvo que hubieren contraído segundas
nupcias con alguien que no fuera miembro de la hermandad- y sus descendientes
en este último caso que se excluía a toda persona que estuviese “manchada o
infamada de judío o moro penitenciado por el Santo Oficio ni casado con mulata india
o negra o que tenga algún oficio infame”.
La vida de la Hermandad en el siglo XVIII
Fue el siglo XVIII el tiempo en que
numerosos miembros de la Hermandad de Aránzazu tuvieron un papel de especial
gravitación en la sociedad y en la economía peruana.
No olvidemos que las reformas borbónicas supusieron notables
en la economía y el comercio, los cuales fueron especialmente importantes en el
Perú. Sin embargo, si bien tradicionalmente se ha señalado que dichas reformas
trajeron consigo tiempos de crisis para la élite mercantil limeña, lo cierto es
que recientes investigaciones están demostrando que en la segunda mitad de la
referida centuria siguió siendo muy grande la capacidad de construir fortunas
entre los comerciantes afincados en Lima, a pesar que esta ciudad había perdido
su lugar como centro de la distribución mercantil en la América del Sur.
Además, durante el siglo XVII se produjo la llegada de un importante número de
comerciantes vascos y navarros que se afincaron en Lima, y que fueron protagonistas
centrales de la vida económica en la capital virreinal.
Mencionemos un caso ilustrativo, el
de los Querejazu, que pertenecieron a la hermandad, constituyéndose en una de
las familias más poderosas en la segunda mitad del siglo XVIII. Su principal representante
fue Antonio Hermenegildo de Querejazu y Mollinedo, quien llego a ser el oidor
más antiguo de la Audiencia de Lima, y caballero de la Orden de Santiago,
además de dueño de una de las más importantes fortunas de entonces.
El había nacido en el Perú y fue hijo
de un peninsular afincado en el virreinato en la primera mitad de ese siglo,
Antonio de Querejazu y Uriarte, natural de Mondragón, en Guipúzcoa, quien llego
a ser mayordomo de la Hermandad. Obviamente este último logró tal posición por
su relevancia en la sociedad limeña de su entonces: fue caballero de Santiago,
gobernador de Quijos y Macas y prior del Tribunal del Consulado de Lima, Y caso
en 1706 con la limeña Juana Agustín de Mollinedo y Azaña, sobrina del célebre
obispo del Cuzco Manuel de Mollinedo y Angulo, reconstructor de esa ciudad tras
el terremoto de 1650.
En la documentación que se conserva
de la hermandad. Antonio de Querejazu y Uriarte figura por primera vez en un
dato referido a 1704. En efecto en el Cabildo Realizado el 3 de mayo de ese año
se presenta una relación de las personas que ofrecieron limosnas para el
retablo de Nuestra Señora de Aránzazu. Allí aparece juntamente Mateo y Antonio
de Querejazu aportando 100 pesos, habiendo solo cinco personas con aportes
mayores. Siendo las sumas más latas las ofrecidas por los mayordomos de la
hermandad, Pedro de Ulaortua y Juan Bautista de Palacios.
Al año siguiente, y de acuerdo con la
“Razón de los señores hermanos que han mandado limosna para el retablo de
Nuestra Señora de Aránzazu este año de 1705” , Antonio de Querejazu, vuelve a
aportar 100 pesos, siendo en este caso el hermano que ofreció la suma más alta.
Desde entonces Antonio de Querejazu
intento ser elegido mayordomo de la Hermandad, pero lo logro tan solo en el
cabildo de3 de mayo de 1713, cuando alcanzo tal cargo junto con el ya
mencionado –y en este caso reelegido- Juan Bautista de Palacios, quien por
entonces ya era Teniente general de la Caballería. Ya en años anteriores había
sido Querejazu diputado de la Hermandad.
En el registro de los entierros
efectuados en la bóveda de la capilla de Nuestra Señora de Aránzazu, figuran
los de varios miembros de esa importante familia. Así, el 3 de enero de 1761
fue enterrado Tomás de Querejazu, caballero de la Orden Santiago y canónigo de
la catedral de Lima . En junio de 1772 se enterró Juana de Querejazu, condesa
de San Juan de Lurigancho, hija del mencionado Antonio Hermenegildo . En
febrero de 1775 fue enterrada la esposa de éste, Josefa de Santiago –Concha y
Errazquin, y el 18 de enero de1792 se hizo lo propio con el mismo Antonio
Hermenegildo. El 14 de diciembre de 1797 fue enterrado José de Querejazu y
Santiago Concha, Conde de San Pascual Bailón, e hijo del anterior .
Si bien no es abundante la
documentación conservada en nuestros días con respecto a la Hermandad de
Nuestra Señora de Aránzazu, algunos datos son reveladores de lo que fue la vida de la corporación. Como
ejemplo podemos mencionar el de las necesidades materiales referidas al
cotidiano funcionamiento de la capilla de la Hermandad en la iglesia de San
Francisco, y especialmente el hecho de la presencia –acreditada en diversos
periodos- de un negro esclavo dedicado a servir a la capilla. Así, por ejemplo,
por medio de un recibo fechado el 24 de julio de 1743 sabemos de la compra de
un negro llamado José Vicente, operación que fue efectuada por quienes entonces
eran mayordomos de la Hermandad: José Arescurenaga y Pábulo de la Urranaga.
Dicho esclavo tenía 18 años de edad, y fue comparado en 300 pesos, luego de venderse
por 350 al que anteriormente había tenido. Ahora bien: los esclavos que servían
a la hermandad no eran siempre adquiridos a titulo oneroso. Algunas décadas
antes, por ejemplo, la Hermandad había recibido un esclavo a través de una
cláusula testamentaria, efectuada por el capitán Antonio de Monasterio Guren,
el cual dejo a dicho negro, llamado Antonio Mina “para que sirviese a la
Capilla de Nuestra Señora de después que hubiese servido cinco años a doña
Isidora Blanco Rejón, viuda del dicho Monasterio Guren” .
La devoción Limeña a la Virgen de Aránzazu
En cuanto a las fiestas celebradas en honor a la Virgen de
Aránzazu, el Padre Benjamín Gento Sanz
afirma lo siguiente:
“La colonia vascongada, rica próspera
en la época colonial, era también generosa con extremo, al manifestar su
religiosidad con la Virgen de su devoción, bajo la advocación de Aránzazu o del
Espino –que esto significa la palabra vasca Aránzazu: sobre el espino- que
tantos recuerdos les traía de sus lejanas montañas (...). Las fiestas que
celebraban a la Virgen de Aránzazu eran suntuosas, y las preseas y alhajas de
su culto, numerosas, ricas y abundantes” .
Pero es mucho más ilustrativa la
reseña que hace un coetáneo. Fray Diego de Cordova y Salinas de un
acontecimiento muy concreto: el recibimiento y la colaboración, en la capilla
de la Hermandad Limeña, de la imagen de Nuestra Señora de Aránzazu, en 1646. He
aquí el relato:
“Fue recibida la forastera divina en
Lima con gran pompa y alegría de sus vecinos, haciéndose pedazos la campana
de todas las iglesias en .señal de su
gozo. Colocada la santa imagen en sus andas de un montón distinto de inmensa
riqueza de diamantes, que en /o brillante poco !e debían al sol, salió
triunfante en hombros de sacerdotes de la Catedral a la plaza mayor, de bajo de
palio, como Reina y Señora que es de cielo y tierra, despidiendo rayos de
gloría de su soberano rostro, que daban vida a cuantos con devoción la miraban.
Llevaba por lucido acompañamiento a todo lo noble y común de la ciudad, Virrey,
Audiencia Real, Cabildos y Religiones. Pasó la procesión con pompa y aparato,
luces, músicas y danzas, las calles y sus balcones adornados de sedas y ricas
telas, a la casa del serafín llagado. Francisco, donde al siguiente día, diez y
ocho de octubre de mil y seiscientos y cuarenta y seis años, con el mismo
aplauso, Fiesta, música, Virrey y Tribunales, suspiros y lágrimas de gozo. y
alegría de innumerable pueblo convenido, fue colocada la santa imagen en su
espino (divina rosa entre espinas) dentro de un nicho de gallardo fondo, a cuya
majestad corren dos cortinas de labor costosa " .
Fueron notables y continuas las
contribuciones de los miembros de la Hermandad para sufragar los gastos que
acarreaban las fiestas y todo lo que se dirigía a la veneración de la Virgen de
Aránzazu. Por ejemplo, en los años iniciales del siglo XVIII fueron frecuentes
las ya mencionada.) limosnas para la construcción del retablo de la capilla de
la Hermandad. No siendo suficientes, en ocasiones, las limosnas que se
recogían, los propios miembros prestaban dinero a la corporación.
La bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad
Ya nos hemos referido al derecho de
los hermanos de esta corporación, así como de sus parientes de enterrarse en la
bóveda de la capilla de la iglesia de San Francisco. Un libro conservado en el
Archivo de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima da cuenta de los
hermanos que se enterraron en la referida capilla desde fines del siglo XVI.
En el siglo siguiente, las ideas de
la Ilustración inspiraron las nuevas políticas con respecto a los
enterramientos: se buscaba mejorar la salud pública, que se veía perjudicada
por e! hedor que emanaban las fosas en las que se enterraban a los difuntos en
las ciudades. Por eso, se pensó que la solución pasaba por crear cementerios
fuera de los centros urbanos, para que los muertos dejaran de envenenar a los
vivos. Así, desde 1808, tras la inauguración del Cementerio General de Lima, se
estableció que todas las iglesias clausuraran sus bóvedas, sepulturas, osarios
y todos los lugares donde hubiera entierros. Es de destacar que las autoridades
hicieron especial mención de la iglesia de San Francisco en este sentido. Se
deseaba según un texto de la época- que no sean más nuestros templos y
hospitales los palacios de la muerte. En el
Santuario del Dios Vivo sólo se sientan el olor agradable del incienso;
y el del bálsamo salutífero en las cosas de piedad.
Debemos suponer que hubo una especial
preocupación de las autoridades por la situación de la iglesia de San Francisco
en lo referido a los enterramientos. En efecto, consta que la prohibición de
efectuar entierros en ese templo se había dado ya en 1804. En ese año los
religiosos franciscanos construyeron un
panteón junto a la Casa de Ejercicios de la Tercera Orden, efectuándose, su
apertura el 23 de setiembre, y desde ese día "se impidió todo entierro en
la iglesia de San Francisco por las superiores órdenes del Excmo. Sr. Virrey D
Gabriel de Avilés y el Arzobispo fi Excmo. e fitmo. S. D. Juan domingo González
de la Reguera, de la Gran Cruz de Carlos III. Con este motivo se han cerrado
todas las bóvedas y aun que queda abierta la de la Hermandad de Aránzazu, se ha
prohibido todo entierro, y ha asignado el R., Guardián dieciséis nichos en el
panteón para los que tenían derecho a la bóveda (...)".
Es decir, se prohibieron lo
enterramientos en la iglesia de San Francisco cuatro años antes de la
prohibición general de efectuar entierro en los templos. Pero la clausura de la
bóveda se produjo en 1808, a raíz de la inauguración del Cementerio General.
Dicha clausura es relatada con detalle en uno de los libros de la Hermandad:
"Por el Reglamento Provisional
que se imprimió y está la copia en el Archivo de Aránzazu, se mando por los dos
referidos jefes que todas las Iglesias
de esta capital empezasen a cerrar sus bóvedas, sepulturas, osarios, y demás
lugares de entierro, desde el día inmediato, la bendición y apertura del campo
santo, y lo verificasen en el término de quince días contados desde primero de
junio próximo, inhabilitado los enterramientos de modo que no vuelvan a servir,
ni quede señal de su entrada con lapida sepulcral, ni cosa que lo denote” .
Siguiendo tales disposiciones, los
mayordomos de la Hermandad retiraron una lápida de bronce que tenía allí más de
un siglo -se había instalado en 1693-, en la cual aparecía la siguiente
inscripción: "Aquí yacen los muy nobles y muy leales hijos y descendientes
de la Provincia de Cantabria". Lo interesante es que en el mismo documento
se señalan una serie de precisas instrucciones para quienes en el futuro
quisieran reabrir la bóveda, concluyéndose del siguiente modo: "Esta
explicación y noticia se pone aquí para los venideros (...); en caso necesario
es fácil quitarla y dar entrada a la bóveda" . Todo indica, en efecto, que
la clausura de la bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad se realizó con
gran pesar por los miembros de la misma, quienes de algún modo mostraron su
deseo de que en el futuro pudiera ser reabierta. Dicho pesar puede percibirse
en la documentación de la Hermandad, al aludirse a los nichos que se reservaron
en el Cementerio General: "Para repararen en algún modo la falta, de la
bóveda de Aránzazu en su capilla, se han tomado en el camposanto (...) nichos
que están distinguidos con la inscripción de pertenecer a la Ilustre Hermandad
de Nuestra Señora de Aránzazu”.
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