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1612. 2012. 2016. ARANTZAZU EUSKAL ETXEA LIMA

INTRODUCCIÓN

BREVE HISTORIA DE LA APARICIÓN

DE NUESTRA SEÑORA DE ARÁNZAZU

Como introducción histórica a la hermosa novena que se practica ante el altar de la Virgen de Aránzazu en la iglesia-basílica de San Francisco de Lima, ofrecemos la siguiente narración, que es la primera que se conoce históricamente, y se debe al célebre historiador Esteban de Garibay y Zamalloa, natural de Mondragón (1533-1600).

"En estos tiempos de tanta calamidad y miseria, la virgen María, madre de Dios, y Señora nuestra, tuvo por bien de visitar a la región de Cantabria con una sancta y devota imagen suya, que por divina providencia apareció en un profundo y inhabitable yermo del término de la villa de Oñate, en las faldas de la grande montaña, llamada Aloya, que pasó de esta manera, según tengo relación cierta de un viejo de ciento y siete años, que al tiempo que la sancta imagen se halló, era mozo de diez años, y de otros de a noventa y más años. En este año de mil y cuatrocientos y sesenta y nueve, uno más o menos, un mozo que guardaba ganado, llamado Rodrigo de Balzategui, hijo de la casa de Balzategui, de la vecindad de Uribarri, Jurisdicción de la dicha villa de Oñate guardando las cabras de su casa en las faldas de la dicha montaña de Aloya, un día Sábado, que es dedicado a la virgen María, descendió por sus vertientes abajo, guiado por la mano de Dios, a lo que piadosamente se debe creer. Cuya inmensa majestad siendo servido, que en adelante, fuese en aquel desierto perpetuamente loado y ensalzado su nombre, y el de la Reyna de los Ángeles, madre suya, y protectora nuestra, siendo de los fieles Cristianos de diversas partes aquel lugar visitado y reverenciado, permitió, que a este mozo pastor se le apareciese en aquel profundo sobre una espina verde, una devota imagen de la virgen María, de pequeña proporción con la figura de su hijo precioso en los brazos, y una campana, a manera de grande cencerro al lado. Esto sucedería en tiempo de verano, pues a tal lugar, ajeno de pastos de invierno, llevaba su ganado. De este caso tan impensado, se admiró el pastor, y juzgándolo por cosa de Dios, rezó la Ave María, y otras oraciones que sabía, y luego con grande reverencia, cubriendo la Santa imagen con ramas y otras cosas, que a mano pudo haber, ya que vino la noche, volvió con el ganado a su casa. Donde refiriendo el caso, y siendo después avisada la villa y regimiento de Oñate, con la justicia concurrió mucha gente del clero y pueblo, guiándolos el pastor, y con harto trabajo, llegados al lugar, hallaron la santa imagen, puesta en el espino verde. Entonces con grande fervor y devoción, hincándose todos de rodillas, dieron muchos loores y gracias al omnipotente Dios, y a la virgen y madre suya, porque con tan preciosa joya, y en semejante lugar puesta, que no carecía de grande misterio, los avía querido visitar del cielo" (COMPENDIO HISTORIAL, Amberes, 1571, Libro XVIII, cap. XXV).

La novena que reproducimos tiene la finalidad de reproducir en el devoto que la práctica, efectos semejantes a los que experimentó el pastor Rodrigo de Balzategui, cuando vio a la Virgen en su aparición.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia


Apuntes sobre la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu en la
Lima Virreinal
José de la Puente Brunke
Pontificia Universidad Católica del Perú

Las hermandades y cofradías en el Perú virreinal no han sido objeto de un especial interés de parte de los historiadores. Si bien el tema ha sido tratado por diversos autores en líneas generales, o en el marco de obras de carácter  más amplio –siendo el caso más destacado el del P. Rubén Vargas Ugarte S.J ., no son muchas las corporaciones estudiadas de modo especifico. En este sentido, son de destacar algunas aproximaciones, como la de Olinda Celestino y Albert Meyers, referida a los Andes Centrales ; si bien su tema especifico de estudio es el de las cofradías indígenas, ofrecen una visión amplia y clara del devenir de las cofradías en general. Debe citarse también la obra -más reciente- de Beatriz Garland Ponce  al igual que el trabajo de Jesús Paniagua Pérez sobre las Cofradías limeñas de San Eloy y de la Misericordia , y dos contribuciones recientes aparecidas: el artículo de Diego Lévano Medina, en el que ofrece una visión de conjunto de las cofradías limeñas en el siglo XVII , y el trabajo de Ciro Corilla Melchor, en el que estudia las cofradías limeñas desde la perspectiva de los conflictos étnicos . En el caso de la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu, dos autores la han estudiado con cierto detalle: Guillermo Lohmann Villena  y Elías Luque Alcaide.

Los orígenes de la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu
En los inicios del siglo XVII era ya importante el número de vascos residentes en Lima, y muchos de ellos formaban parte del sector más representativo y poderoso de los comerciantes que desarrollaban sus labores en la capital del virreinato peruano.
Desde los primeros años de esa centuria intentaron formar una hermandad. Así un grupo de “caballeros hijosdalgo de la nación vascongada” adquirió una capilla en la Iglesia de San Francisco que tuvo por advocación al Santo Cristo y a nuestra Señora de Aránzazu. La operación comprendía también la cripta para la realización de los enterramientos de los miembros de la Hermandad y de sus descendientes.
Las constituciones de la Hermandad han sido publicadas por Guillermo Lohmann Villena, específicamente en ellas en primer lugar, que estaría conformada las corporación por los residentes en Lima que fueran naturales de Vizcaya y de Guipúzcoa, al igual que sus descendientes, así como los oriundos de Álava, de Navarra y de las “cuatro Villas”: Laredo, Castro Urdiales, Santander y San Vicente de la Barquera. Se estableció como misión primordial de la hermandad la de “ejercitar entre sí y con los de su nación obras de misericordia y caridad cristiana así en vida como en muerte”, aunque también sé contemplaban las visitas en general a los enfermos pobres.
Se establecía el derecho de ser enterrados en la referida capilla para todos los naturales de los mencionados lugares, así como para sus viudas –salvo que hubieren contraído segundas nupcias con alguien que no fuera miembro de la hermandad- y sus descendientes en este último caso que se excluía a toda persona que estuviese “manchada o infamada de judío o moro penitenciado por el Santo Oficio ni casado con mulata india o negra o que tenga algún oficio infame”.

La vida de la Hermandad en el siglo XVIII
Fue el siglo XVIII el tiempo en que numerosos miembros de la Hermandad de Aránzazu tuvieron un papel de especial gravitación en la sociedad y en la economía peruana.
No olvidemos que las reformas borbónicas supusieron notables en la economía y el comercio, los cuales fueron especialmente importantes en el Perú. Sin embargo, si bien tradicionalmente se ha señalado que dichas reformas trajeron consigo tiempos de crisis para la élite mercantil limeña, lo cierto es que recientes investigaciones están demostrando que en la segunda mitad de la referida centuria siguió siendo muy grande la capacidad de construir fortunas entre los comerciantes afincados en Lima, a pesar que esta ciudad había perdido su lugar como centro de la distribución mercantil en la América del Sur. Además, durante el siglo XVII se produjo la llegada de un importante número de comerciantes vascos y navarros que se afincaron en Lima, y que fueron protagonistas centrales de la vida económica en la capital virreinal.
Mencionemos un caso ilustrativo, el de los Querejazu, que pertenecieron a la hermandad, constituyéndose en una de las familias más poderosas en la segunda mitad del siglo XVIII. Su principal representante fue Antonio Hermenegildo de Querejazu y Mollinedo, quien llego a ser el oidor más antiguo de la Audiencia de Lima, y caballero de la Orden de Santiago, además de dueño de una de las más importantes fortunas de entonces.
El había nacido en el Perú y fue hijo de un peninsular afincado en el virreinato en la primera mitad de ese siglo, Antonio de Querejazu y Uriarte, natural de Mondragón, en Guipúzcoa, quien llego a ser mayordomo de la Hermandad. Obviamente este último logró tal posición por su relevancia en la sociedad limeña de su entonces: fue caballero de Santiago, gobernador de Quijos y Macas y prior del Tribunal del Consulado de Lima, Y caso en 1706 con la limeña Juana Agustín de Mollinedo y Azaña, sobrina del célebre obispo del Cuzco Manuel de Mollinedo y Angulo, reconstructor de esa ciudad tras el terremoto de 1650.
En la documentación que se conserva de la hermandad. Antonio de Querejazu y Uriarte figura por primera vez en un dato referido a 1704. En efecto en el Cabildo Realizado el 3 de mayo de ese año se presenta una relación de las personas que ofrecieron limosnas para el retablo de Nuestra Señora de Aránzazu. Allí aparece juntamente Mateo y Antonio de Querejazu aportando 100 pesos, habiendo solo cinco personas con aportes mayores. Siendo las sumas más latas las ofrecidas por los mayordomos de la hermandad, Pedro de Ulaortua y Juan Bautista de Palacios.
Al año siguiente, y de acuerdo con la “Razón de los señores hermanos que han mandado limosna para el retablo de Nuestra Señora de Aránzazu este año de 1705” , Antonio de Querejazu, vuelve a aportar 100 pesos, siendo en este caso el hermano que ofreció la suma más alta.
Desde entonces Antonio de Querejazu intento ser elegido mayordomo de la Hermandad, pero lo logro tan solo en el cabildo de3 de mayo de 1713, cuando alcanzo tal cargo junto con el ya mencionado –y en este caso reelegido- Juan Bautista de Palacios, quien por entonces ya era Teniente general de la Caballería. Ya en años anteriores había sido Querejazu diputado de la Hermandad.
En el registro de los entierros efectuados en la bóveda de la capilla de Nuestra Señora de Aránzazu, figuran los de varios miembros de esa importante familia. Así, el 3 de enero de 1761 fue enterrado Tomás de Querejazu, caballero de la Orden Santiago y canónigo de la catedral de Lima . En junio de 1772 se enterró Juana de Querejazu, condesa de San Juan de Lurigancho, hija del mencionado Antonio Hermenegildo . En febrero de 1775 fue enterrada la esposa de éste, Josefa de Santiago –Concha y Errazquin, y el 18 de enero de1792 se hizo lo propio con el mismo Antonio Hermenegildo. El 14 de diciembre de 1797 fue enterrado José de Querejazu y Santiago Concha, Conde de San Pascual Bailón, e hijo del anterior .
Si bien no es abundante la documentación conservada en nuestros días con respecto a la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu, algunos datos son reveladores de  lo que fue la vida de la corporación. Como ejemplo podemos mencionar el de las necesidades materiales referidas al cotidiano funcionamiento de la capilla de la Hermandad en la iglesia de San Francisco, y especialmente el hecho de la presencia –acreditada en diversos periodos- de un negro esclavo dedicado a servir a la capilla. Así, por ejemplo, por medio de un recibo fechado el 24 de julio de 1743 sabemos de la compra de un negro llamado José Vicente, operación que fue efectuada por quienes entonces eran mayordomos de la Hermandad: José Arescurenaga y Pábulo de la Urranaga. Dicho esclavo tenía 18 años de edad, y fue comparado en 300 pesos, luego de venderse por 350 al que anteriormente había tenido. Ahora bien: los esclavos que servían a la hermandad no eran siempre adquiridos a titulo oneroso. Algunas décadas antes, por ejemplo, la Hermandad había recibido un esclavo a través de una cláusula testamentaria, efectuada por el capitán Antonio de Monasterio Guren, el cual dejo a dicho negro, llamado Antonio Mina “para que sirviese a la Capilla de Nuestra Señora de después que hubiese servido cinco años a doña Isidora Blanco Rejón, viuda del dicho Monasterio Guren” .

La devoción Limeña a la Virgen de Aránzazu
En cuanto a las fiestas celebradas en honor a la Virgen de Aránzazu, el Padre  Benjamín Gento Sanz afirma lo siguiente:
“La colonia vascongada, rica próspera en la época colonial, era también generosa con extremo, al manifestar su religiosidad con la Virgen de su devoción, bajo la advocación de Aránzazu o del Espino –que esto significa la palabra vasca Aránzazu: sobre el espino- que tantos recuerdos les traía de sus lejanas montañas (...). Las fiestas que celebraban a la Virgen de Aránzazu eran suntuosas, y las preseas y alhajas de su culto, numerosas, ricas y abundantes” .
Pero es mucho más ilustrativa la reseña que hace un coetáneo. Fray Diego de Cordova y Salinas de un acontecimiento muy concreto: el recibimiento y la colaboración, en la capilla de la Hermandad Limeña, de la imagen de Nuestra Señora de Aránzazu, en 1646. He aquí el relato:
“Fue recibida la forastera divina en Lima con gran pompa y alegría de sus vecinos, haciéndose pedazos la campana de  todas las iglesias en .señal de su gozo. Colocada la santa imagen en sus andas de un montón distinto de inmensa riqueza de diamantes, que en /o brillante poco !e debían al sol, salió triunfante en hombros de sacerdotes de la Catedral a la plaza mayor, de bajo de palio, como Reina y Señora que es de cielo y tierra, despidiendo rayos de gloría de su soberano rostro, que daban vida a cuantos con devoción la miraban. Llevaba por lucido acompañamiento a todo lo noble y común de la ciudad, Virrey, Audiencia Real, Cabildos y Religiones. Pasó la procesión con pompa y aparato, luces, músicas y danzas, las calles y sus balcones adornados de sedas y ricas telas, a la casa del serafín llagado. Francisco, donde al siguiente día, diez y ocho de octubre de mil y seiscientos y cuarenta y seis años, con el mismo aplauso, Fiesta, música, Virrey y Tribunales, suspiros y lágrimas de gozo. y alegría de innumerable pueblo convenido, fue colocada la santa imagen en su espino (divina rosa entre espinas) dentro de un nicho de gallardo fondo, a cuya majestad corren dos cortinas de labor costosa "  .
Fueron notables y continuas las contribuciones de los miembros de la Hermandad para sufragar los gastos que acarreaban las fiestas y todo lo que se dirigía a la veneración de la Virgen de Aránzazu. Por ejemplo, en los años iniciales del siglo XVIII fueron frecuentes las ya mencionada.) limosnas para la construcción del retablo de la capilla de la Hermandad. No siendo suficientes, en ocasiones, las limosnas que se recogían, los propios miembros prestaban dinero a la corporación.

La bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad
Ya nos hemos referido al derecho de los hermanos de esta corporación, así como de sus parientes de enterrarse en la bóveda de la capilla de la iglesia de San Francisco. Un libro conservado en el Archivo de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima da cuenta de los hermanos que se enterraron en la referida capilla desde fines del siglo XVI.
En el siglo siguiente, las ideas de la Ilustración inspiraron las nuevas políticas con respecto a los enterramientos: se buscaba mejorar la salud pública, que se veía perjudicada por e! hedor que emanaban las fosas en las que se enterraban a los difuntos en las ciudades. Por eso, se pensó que la solución pasaba por crear cementerios fuera de los centros urbanos, para que los muertos dejaran de envenenar a los vivos. Así, desde 1808, tras la inauguración del Cementerio General de Lima, se estableció que todas las iglesias clausuraran sus bóvedas, sepulturas, osarios y todos los lugares donde hubiera entierros. Es de destacar que las autoridades hicieron especial mención de la iglesia de San Francisco en este sentido. Se deseaba según un texto de la época- que no sean más nuestros templos y hospitales los palacios de la muerte. En el  Santuario del Dios Vivo sólo se sientan el olor agradable del incienso; y el del bálsamo salutífero en las cosas de piedad.
Debemos suponer que hubo una especial preocupación de las autoridades por la situación de la iglesia de San Francisco en lo referido a los enterramientos. En efecto, consta que la prohibición de efectuar entierros en ese templo se había dado ya en 1804. En ese año los religiosos franciscanos  construyeron un panteón junto a la Casa de Ejercicios de la Tercera Orden, efectuándose, su apertura el 23 de setiembre, y desde ese día "se impidió todo entierro en la iglesia de San Francisco por las superiores órdenes del Excmo. Sr. Virrey D Gabriel de Avilés y el Arzobispo fi Excmo. e fitmo. S. D. Juan domingo González de la Reguera, de la Gran Cruz de Carlos III. Con este motivo se han cerrado todas las bóvedas y aun que queda abierta la de la Hermandad de Aránzazu, se ha prohibido todo entierro, y ha asignado el R., Guardián dieciséis nichos en el panteón para los que tenían derecho a la bóveda (...)".
Es decir, se prohibieron lo enterramientos en la iglesia de San Francisco cuatro años antes de la prohibición general de efectuar entierro en los templos. Pero la clausura de la bóveda se produjo en 1808, a raíz de la inauguración del Cementerio General. Dicha clausura es relatada con detalle en uno de los libros de la Hermandad:
"Por el Reglamento Provisional que se imprimió y está la copia en el Archivo de Aránzazu, se mando por los dos referidos jefes  que todas las Iglesias de esta capital empezasen a cerrar sus bóvedas, sepulturas, osarios, y demás lugares de entierro, desde el día inmediato, la bendición y apertura del campo santo, y lo verificasen en el término de quince días contados desde primero de junio próximo, inhabilitado los enterramientos de modo que no vuelvan a servir, ni quede señal de su entrada con lapida sepulcral, ni cosa que lo denote”  .
Siguiendo tales disposiciones, los mayordomos de la Hermandad retiraron una lápida de bronce que tenía allí más de un siglo -se había instalado en 1693-, en la cual aparecía la siguiente inscripción: "Aquí yacen los muy nobles y muy leales hijos y descendientes de la Provincia de Cantabria". Lo interesante es que en el mismo documento se señalan una serie de precisas instrucciones para quienes en el futuro quisieran reabrir la bóveda, concluyéndose del siguiente modo: "Esta explicación y noticia se pone aquí para los venideros (...); en caso necesario es fácil quitarla y dar entrada a la bóveda" . Todo indica, en efecto, que la clausura de la bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad se realizó con gran pesar por los miembros de la misma, quienes de algún modo mostraron su deseo de que en el futuro pudiera ser reabierta. Dicho pesar puede percibirse en la documentación de la Hermandad, al aludirse a los nichos que se reservaron en el Cementerio General: "Para repararen en algún modo la falta, de la bóveda de Aránzazu en su capilla, se han tomado en el camposanto (...) nichos que están distinguidos con la inscripción de pertenecer a la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu”.

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